Capítulo XXXVIII: Claro de Luna

Posted on 27 May, 2010

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“Yo daría lo que fuera por ver una noche de luna”


Cuando Isabel se hubo despertado William estaba de regreso en el hotel, despierto y parada recostando el costado sobre la pared y mirando juiciosamente la ventana… su rostro no muestra emoción alguna a excepción de un miedo paralizante del que apenas sobresale, como la punta de un iceberg mientras que el resto de la enorme masa de hielo permanece oculta bajo el agua.

– ¿William, qué ocurre? – pregunta Isabel, todavía soñolienta.

– No hay tiempo, tenemos que irnos.

Y sin más palabras el vampiro le urgió a cambiarse de ropa y alistarse para un largo viaje. De algún lugar William consiguió un auto que los llevo lejos de Londres, mas los capos Británicos son tan hermosos que Isabel ni se lamentó. William permaneció en todo momento en un sombrío silencio.

Algo le paso, piensa Isabel meditando sobre todo lo que les ha pasado y como han salido de tantos problemas estando juntos. Durante largo rato analizó lo que dijo anoche y llegó a una conclusión. A pesar de todo no me arreciendo de haber conocido a William, sentenció mientras que el silencio dominaba el interior del coche.

Las carretas atraviesan extensiones casi infinitas de planicies verdes y pequeñas arboledas aquí y allá, casi por completo despejadas y, al estar las ventanas abiertas entra el puro y fresco aire de los campos.

Por un instante, por un pequeño pero maravillosos instante, de la mente de Isabel todos los peligros y complicaciones que toda hora le atormentan. Ya no había más vampiros, más guerra, más legado, más apocalipsis… ya no había nada en lo absoluto, solo ella y William, compartiendo por primera vez en muchos meses un merecido momento de silenciosa paz.

– Ya llegamos – dijo William arrancando de raíz a Isabel de su fantasía – luego de esta curva podrás ver la casa de Gabriel.

– ¡Debe ser una broma! – agrega entrecortadamente Isabel al ver el hogar que fue alguna vez de Gabriel Valerius.

Una enorme casa de corte neoclásico se muestra ante los maravillados ojos de la joven. De dos plantas, elegante pórtico y apariencia que raya en lo visto, por cliché que pueda parecerles, a los cuentos de hada y fantasías similares. A pesar de no llegar a ser un castillo ni mucho menos un palacio la casa es imponente y hermosa como Isabel ha visto pocas veces… es increíble que algo así pueda existir aún en nuestros tiempos, un fragmento de la historia en la cual dormir.

– Espero que no te moleste vivir aquí – dice William sonriendo por primera vez en todo el día.

Él muestra un juego de llaves e Isabel se lo arrebata con intención juguetona, para luego salir corriendo a la exquisita escalinata que lleva a la puerta principal de la casa.

– No, parece que no le molesta – piensa en voz alta William buscando de contener sus risas.

Si por fuera era asombrosa yo no tendría palabras ahora, y posiblemente nuca, para describir el interior de la mansión sin omitir algo hermoso detalle de la construcción que a todas luces es una maravilla. Tapicerías elegantes, armaduras, escudos de armas, joyas, mueblas delicados y refinados y pare de contar cuantas cosas de un inconmensurable valor estético, histórico y artístico se puedan imaginar y les puedo asegurar que se lo encontrarían en una de las muchas habitaciones, salas y pasillos del lugar.

Pero el lugar favorito de Isabel fue la extensa biblioteca privada de Gabriel, tan así que ella se quedó ahí mientras William sacaba el equipaje, cautivada por completo por tan tremenda cantidad de conocimiento e historia universal… así pasaron horas que apenas ella sintió.

Cuando ya fueron horas de la noche Isabel, con los ojos ardiéndole y cansados de tanto leer, decidió irse, pero con un libro a medio terminar que se llevo consigo, en el que se puede leer Bodas de Sangre.

– ¿Qué es eso? – se pregunta la joven en un susurro.

Mientras se paseaba por uno de los muchos corredores de la mansión escucha una melodía, apenas un silbido en el viento. Era un sonido alegre y a la vez triste, sobrio pero complejo, sombrío y brillante, todo sin causar el menor tipo de contradicción. Es como si aquella armonía mantuviera un perfecto equilibrio; el caos y el orden, la vida y la muerte, el bien y el mal. Todo unido y mezclado en un balance elemental en la balanza de la creación.

Sus pasos son tímidos pero la llevan sin lugar a dudas a la fuente de ese glorioso ruido, el aumento del volumen se lo dice. Al cerrar los ojos ella siente como si fuera desterrada de la casa de Gabriel y fuera llevada por el resto de la eternidad a la orilla de algún lejano lago o playa, en un lugar perdido en el mapa y en el tiempo. El cielo nocturno está despejado y le permite ver el firmamento veteado de estrellas y allí, coronando tan sublime cuadro esta la luna llena, brillando en plata con más fuerza que nunca, diciéndole a Isabel mil poemas y cantos a la belleza del mundo que nos rodea.

Abre una puerta cualquiera y encuentra la fuente de tan magistral melodía. Un piano de cola dispuesto en una de las muchas salas de la mansión siendo tocado por William. Él es el intérprete, el músico de tan magnífica pieza, la reina de las artes por excelencia.

Ella se acerca con paso suave y delicado, por el miedo de que si realiza cualquier ruido o movimiento tosco o abrupto el conmovedor concierto se callaría para siempre. Cuando llega a donde está William nota que tiene los ojos por completo cerrado; sus dedos se mueven con elegancia y precisión por el teclado produciendo la hermosa tonada.

– Hermoso, ¿no te parece? – asevera el vampiro abriendo los ojos y mirando a Isabel de una forma que nunca antes la había visto… una manera que Isabel o no quiso descifrar o le asusto saber que significaba; la música no se detuvo – esto era lo que más extrañaba de este lugar, poder tocar este viejo piano…

– Gabriel te enseñó ¿verdad?

– Todo lo que soy y seré me lo dio Gabriel – contesta William recordando con gratitud al vampiro que lo acogió y llamo como su hijo – y sin embargo esto es lo único que tengo para conectarme con él…

– El debió ser una gran persona – agrega Isabel escuchando la placentera pieza, que ahora cambia a una parte más alegre y melodiosa – ¿Cómo se llama esta canción?

– “Sonata para piano número 14” – responde William dejando llevar sus manos de un lado al otro del piano – mejor conocida como Claro de Luna, compuesta por Beethoven… ¿sabes su historia? – pregunta William con una sonrisa de satisfacción, pregunta a la que Isabel responde negando suavemente con la cabeza.

– Un día Beethoven, en su época más sombría conoció, siendo el sordo a una hermosa jovencita ciega… por cierto que se parecería mucha ti – explica William.

– ¿Parecida a mí? – pregunta calladamente Isabel pensando algo como: que conveniente.

– Si, muy parecida, casi idéntica, pero déjame terminar – continua William tocando de forma más bella el piano, si es que eso es posible – un día la jovencita le dijo al maestro: “Yo daría lo que fuera por ver una noche de luna”. Y el maestro, conmovido hasta las lagrimas, no supo como contestarle a la jovencita de otra forma que no fue componiendo esta hermosa sonata… el cariño y amor que sentía Beethoven por aquella joven ciega fue lo que le impulsó a escribir esta canción… una de mis historias favoritas.

– Y ahora también la mía – musita Isabel escuchando con un placer sin una pizca de malicia como la tonada llega a su clímax y final… tanta belleza algún día tenía que terminar, pensó Isabel – fue hermoso William.

– Gracias – contesta el vampiro cerrando la tapa del piano y levantándose. Los ojos de ambos se cruzan en una mirada tan intensa como la luz del sol y a la vez tan sutil como la luz opaca de la luna y las estrellas. Es como si el uno pudiera ver a través de los ojos del otro el interior de su alma misma. Nunca antes Isabel se sintió tan unida a alguien.

William da un paso hacia ella y luego otro, hasta que están a pocos centímetros de rozarse las narices. El vampiro parece perdido en el mar castaño de los ojos de Isabel y ella está por completo atrapada en el rojo de los de William. Este es, sin lugar a dudas, su primer instante por completo perfecto… es como si fueran dos en uno y uno en dos…

La fría mano de William se desliza por la mejilla tibia de Isabel, ella se estremece ante los fríos dedos del vampiro. Ella coloca sus manos en los hombros de él y se acercan. Su tibia y acelerada respiración acaricia el pálido rostro de William. Sus labios se acercan, el tiempo se detiene y el mundo exterior queda en un plano invisible. La guerra nocturna, el fin de todas las cosas, los vampiros, licántropos, humanos, todo deja de existir para ellos…

Hasta que suenan las campanas del reloj… suenan diez veces y William, sacado de si sale de la habitación sin mirar a Isabel. Sonrosada, ella se queda mirando a la nada.

Durante el resto de la noche y hasta que se fue a dormir ella no vio ni rastro de William, es como si se hubiera esfumado de la faz de la tierra. Cuando se fue a acostar sus pensamientos no dejaron de rondar alrededor de William y de todo lo que acaba de pasar y de lo que pudo pasar.

¿Acaso es posible que me este enamorando de él?, se preguntó ella mirando el cielorraso de su cuarto a oscuras, no, no puede ser… él solo es un tonto inmaduro… él me engañó… él, él es un vampiro… esto no es uno de esos cuentos de hadas ni nada semejante… ¿Cómo saber que no me esta manipulando?, como lo hizo antes, ¿Cómo saber que no ha usado sus poderes conmigo?, ¿Cómo saber que esto no es solo una ilusión?, ¿Cómo?

Y así paso quién sabe cuanto tiempo, pensando, buscando en su interior, indagando si lo que ahora siente es real o solo un espejismo creado por William para tenerla bajo su completo dominio.

Sin poder conciliar el sueño Isabel se pone la ropa más abrigadora que tiene y sale a dar una caminata. Por suerte la noche esta despejada y cubierta de destellos de diamante y la brisa, aunque fría es suave y delicada. Sigue un rustico sendero que la lleva por un pequeño bosquecillo, desde la mansión se podía ver también un lago, hacia allá es donde se dirige Isabel. Al vivir toda su vida en la ciudad ella nunca se percató de cuantas estrellas podía haber en realidad en cielo. Es, justo ahora, mirando la infinidad de puntos de plata y cristal en el cielo cuando por fin descubre cuan bello es.

Ahora sabe como se sintieron en algún tiempo lejano los antiguos griegos, mayas y casi todas las otras culturas al mirar el firmamento en la búsqueda de las respuestas… simplemente no se pueden dar por sentado lo que las estrellas nos cantan todas las noches.

Al entrar en el bosquecillo Isabel pierde de vista a las estrellas entre las altas copas de los árboles. A pesar de verse oscuro y tenebroso ella no siente el menor temor al caminar, siempre siguiendo el sendero que tarde o temprano le llevara al lago. Solo siente un extraño presentimiento, algo hace que intuya que tiene que ir a ese lago… pero no sabe qué con exactitud.

Cada paso que da hace que truene el piso de graba por el que anda, el único ruido que se puede percibir, ruido que luego hace un sombrío eco… es como si todo el bosque estuviera aletargado o muerto. Pero, a pesar de esa sensación de estar sola y perdida, ella continua sin vacilar y retractarse de ningún paso que da.

A lo lejos escucha, ni muy alto ni muy claro, el eco de un bramido, un grito, un sonido casi animal que le petrifica y hace que su sangre se vuelva de hielo. Se queda parada, ha perdido todo el control sobre su cuerpo. Un terrible sonido invade el aire, como si un árbol fuera arrancado de raíz con violencia y luego lanzado con violencia.

– ¿Por qué? – grita una por completo deshumanizada, pero atormentada voz.

Ese lamento, esa suplica desesperada hace que reaccione Isabel. Se sale del camino y corre hacia la fuente del ruido, los crujidos y lamentos continúan, lo que la ayudan a guiarse. Una leve polvareda mezclada con una bruma delicada le dicen que esta cerca. Escucha un fuerte y seco golpe, como si se lo estuvieran propinando a una pared de acero. Ahora ve claramente como un árbol cae, con parte de su tronco astillado.

Las hojas caen de todos lados, una lluvia de verde que no le permite ver más allá de un par de metros.

Las hojas se asientan en el suelo y ve como William, perdiendo la razón golpea con violencia una y otra vez el tronco caído, arrancándole grandes astillas en cada oportunidad. Parece que, al estar tan absorto en su rabia contra el árbol, no se ha percatado de la presencia de la joven.

Ella se acerca con pasos cortos al vampiro que parece estar ciego, sordo y mudo. El tronco ahora no es más que un precario despojo de lo que era. William entonces se detiene, respira ruidosamente y su pecho se infla y baja con fuerza.

– William… – susurra Isabel, como si temiera el despertar a un bebé dormido.

Él no parece escucharla, esta como atrapado en su mundo, en su dolor, en lo más profundo y oscuro del abismo de su ser… entonces Isabel, sin darse cuenta, pisa una rama que se quiebra. Entonces es cuando reacciona el vampiro.

Por un triste y brevísimo suspiro los ojos de Isabel se toparon con las dos fosas carmesí de desesperación y miedo de William. Ella pudo sentir como se le deslizan las lagrimas al ver semejante tormento aguantado por William; quien parece desear sollozar, gritar y llorar hasta que el tiempo deje de existir pero no puede, algo se lo impide y hace que no pueda desahogar en terrible dolor que siente.

– William…yo… – musita ella sintiendo como las lagrimas recorren su rostro, el dolor de él también es el de ella. No puede resistir verlo así. Y él parece darse cuenta de ello.

En menos de lo que dura el latido de un corazón acelerado William desaparece, corre, huye, escapa, decide irse del lado de ella para enfrentar solo sus propios dilemas, su crisis, su dolor, suyo y de nadie más, dolor que no esta dispuesto a compartir.

Ella, Isabel, ve como una estela de polvo y hojas caídas es dejada por donde apenas puede ver pasar a William. Sin pensarlo dos veces decide seguir el rastro.

Con toda la velocidad que pueden darle sus piernas, Isabel sigue el camino que tomó el vampiro, por una inclinada colina, por piedras enormes y cubiertas de mugo verde y resbaloso. Se tropieza y cae un par de veces, se magulla las piernas y raspa los codos y manos mas curiosamente no siente dolor alguno. Sigue el camino cada vez más accidentado y peligroso sin perder su objetivo y fin: encontrar al vampiro, no, encontrar a William.

De pronto el musgo da paso una plana extensión de tierra grisácea y veteada por graba y piedras de río, más allá se extiende una masa lisa cristalina de agua. Esta en el lago, se acerca a la orilla, el agua se ve negra y reluciente como un espejo, puede ver su reflejo. Su cabello esta más desarreglado que de costumbre, sus mejillas, aún humeadas por las lágrimas, están surcadas por finos arañazos, sin duda provocados al golpearse con alguna zarza.

Una pequeña honda en la superficie del agua perturba su reflejo y la hace alzar la mirada. Ahí esta, a varios metros, con la mano sobre un enorme peñasco, esta William mirando hacia el lago, que vuelve a estar por completo apacible.

Isabel mira al cielo, un manto de nubes grises tapan la enorme bóveda estrellada, una tormenta parece avecinarse. Ella camina hacia él, el frío comienza a hormiguearle las manos y mejillas mientras que su pecho arde, con apenas suficiente aire y con el corazón latiéndole como un tambor de guerra. Pero ella no puede descifrar si es por correr o por estar tan cerca de William y saber que en su interior hay tanto dolor y sufrimiento.

Llega a pocos pasos de William, y se detiene. Él ni la mira, por varios minutos se mantuvo en este silencio expectante hasta que Isabel no lo pudo soportarlo más.

– William… sé lo que sientes… por que yo he sentido lo mismo…

– No, no lo has hecho – le responde el vampiro mirando tras de su hombro a la muchacha, solo para luego darle la espalda.

Isabel, frustrada rodea a William hasta hacer que lo encare, pero el mantiene la vista distante y dando al suelo.

– Sé que tienes miedo…– dice Isabel buscando la mirada del vampiro, pero esta la elude.

– No – replica William – tú crees que las cosas no son tan simples.

– ¡Claro que sí! – exclama Isabel por completo convencida – solo somos tu y yo…

– Ese es el problema, que no soy como tú. Yo daría todo por ver todo como tu lo ves, poder hacer lo que tu haces, más nada… no entiendes que estoy maldito para siempre, no puedo sentir nada: ni dolor, odio, miedo, amor o regocijo; nada, estoy vacío… no te puedo dar lo que pides.

– Eso no es cierto – suelta Isabel. En un último y desesperado intento por hacer entrar en razón a William lo abrasa –. Eres la persona más valiente, fuerte y generosa que he conocido… eso no es una ilusión, es real, tú eres real. Nada de lo que pienses o quieras creer puede cambiar eso… ¡Tú no estas maldito, yo lo sé! – agrega, comienza a sollozar por lo bajo, hundiendo el rostro en el descorazonado pecho del vampiro que se queda inmóvil, como un estatua.

A través de sus parpados cerrados Isabel siente una azulada luz que lo baña todo. Abre los ojos y ve. Las nubes se han ido y en su lugar la luna, llena y hermosa, brilla con tanta intensidad que las estrellas se ven opacadas por las cortinas de luz plata.

– “Yo daría lo que fuera por ver una noche de luna” – dice de repente Isabel, recordando aquellas palabras que dijo la joven ciega y que William repitió.

Entonces él por fin le correspondió el abrazo, hundió la barbilla en la castaña cabellera de Isabel. Sus brazos la envuelve con delicadeza la cintura y espalda de la joven y solo se quedan mirando al cielo, directo al claro de luna y una lágrima roja brota de los ojos de uno de los ojos del vampiro… y no solo por la belleza del cielo.

NOTAS: Este capi es, y espero que se hayan dado cuenta de eso, el más romántico que he escrito y me ha resultado curioso este experimento.

En primer lugar no creo poder soportar escribir capis muy románticos, quizás a intervalos largos o medianos de tiempo… pero me encanto poner en contexto una de mis piezas favoritas de piano…

El miedo de William y todo lo que él siente creo que es la medula de mis vampiros y lo que los diferencia de todos los demás, o al menos de los más modernos y tan solo presente en William. Estamos más cerca del final… y para el siguiente capi aparecerá un personaje de vital importancia para el desenvolvimiento de la relación del vampiro y la mortal y de historia en su totalidad.

Ya superamos los 200 comentarios, gracias un y mil veces.

Y también rebasamos otra barrera que nunca creí pasar: Con este capi he superado en extensión, pero nunca jamás en grandeza y belleza artística a Dante y a su obra maestra La Divina Comedia…

Debo de admitir, para mi propio regocijo, que me puedo dar cuenta que mi estilo y redacción están mejorando… aún me falta 99.99999 % para cumplir con mi objetivo, pero ese 0.00001 de avance ya es mucho más lejos de lo que creí llegar en un principio.

Nos vemos en los comentaros…

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