Capítulo XLIV: Leviatán, el Demonio de la Envidia

Posted on 16 julio, 2010

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“Ya no habían voces ni murmullos, sólo el lenguaje del fuego.”

– Debemos regresar a la mansión – dijo ella –, tengo que ir a buscar algunas cosas.

– Eso es imposible, y no tiene la menor consideración de mi parte – contestó de inmediato William; mirándola sentada en un peñasco en el bosque, descansando –. No podemos regresar a ese lugar, no sabemos qué o quién nos puede estar esperando. Es demasiado peligroso.

En ese instante le llegó una repentina punzada de dolor, justo donde Elizabeth le había mordido. Dolor ligero y frío que se esparció por su cuerpo, pero que no dejó exteriorizar en ningún momento.

– Puede que si, pero no tenemos otra opción – arguyó ella cruzando los brazos –, ¿acaso tienes una mejor idea?

Ambos se miraron, no hacia falta usar palabra o lenguaje alguno. Él, muy cansado, se sienta en el gran peñasco, junto al lodo de Isabel. Se quedó pensando, buscando cualquier otra solución, por más loca o imposible que pudiera parecerle a primera vista, pero…

– Tienes razón – dijo por fin –, si nos damos prisa y usamos el cerebro quizás podamos pasar frente a sus narices sin que se den cuenta.

– Eso significa que… ¿no hay de otra? – preguntó de repente Isabel, casi parecía una niña al borde de una rabieta, pero no pasó a mayores –, ¿no podemos caminar?

Pero sabía que no era posible hacer tal cosa. Sin pronunciar palabra alguna él la envolvió entre sus brazos. Frío. Un baño de agua helada. Una sensación aletargadota que le absorbió por completo, luego la nada y, después de una eternidad o de un pestañeo, un abrupto despertar. Otra vez existía, la niebla la escupía de regreso al mundo, a lo real. Estaban de pie, en un lugar completamente diferente al claro.

Una fina y espectral niebla blanquecina lo cubre todo con una cortina nebulosa. Una aparición colosal y aterradora, pero parece no intimidarlos. Se acercan sin mostrar la menor duda o resquemor alguno. La mansión que alguna vez fue de Gabriel se encuentra a oscuras. Algo no le agrada del todo, poco más que un presentimiento, mas ya no puede darse la vuelta y correr, por más que quisiera hacerlo.

Entran en la casa y lo primero que ven es el caos, la total anarquía que domina cada pasillo, corredor y estancia. Una tormenta, una tempestad, como si un huracán hubiera arrasado el lugar hacia poco tiempo. Los estragos de la pelea.

– No tenemos mucho tiempo – dijo por lo bajo William abriéndose paso por la destrozada habitación. Más allá podía ver el comedor donde Elizabeth le atacó. La mesa rota, esparcida por todo el lugar es prueba y testigo de ello – ve a buscar lo que necesitas mientra yo me cambio de ropa. Sólo lo completamente esencial.

Por lo que se separaron. Ella subió las escaleras hacia su habitación en piso de arriba, mientras William se encamino a su propia alcoba en la primera planta. Vidrios rotos, escombros, floreros y sus flores desparramadas por todo el suelo. Por entre los pasillos, estancias, cuartos, salas, por todo lugar por donde pasará Isabel había uno u otro desorden. Pasillos y corredores en ruinas. Con algo de incomodidad llegó a su habitación, y al abrir la puerta de doble hoja la encontró tal cual como la había dejado. Como si ese cuarto estuviera apartado por completo del resto de la casa.

Extrañaría la mansión, pensaba mientras recorría por última vez la elegancia y belleza de su recamara, si que lo extrañaría. Obligándose a dejar de pensar en esas trivialidades fue directo hacia el armario, de donde sacó un morral. De inmediato lo empezó a llenar con ropa, cualquier cosa, cualquier prenda que cayera en sus manos la metió en el bolso. Luego, y esta vez con sumo cuidado, guardó el diario de Altair, en cuyas páginas estaba la carta de “LE PORTAIL”, lo usaba como marca libro.

Usando nada más que la fuerza bruta para intentar cerrar el morral, puesto que la prisa no le dejaba pensar, apenas si se dio cuenta de que ya no estaba sola.

Vio por el rabillo del ojos una silueta bajo el dintel de la puerta abierta, ¿William se había cambiado de ropa tan rápido?, él no decía nada, sólo estaba hay, esperando un no sé qué. Por lo que Isabel se enfocó en el bolso.

Cuando por fin lo hubo cerrado se lo puso en los hombros. Una tanto más calmada ya. Se dio la vuelta… y de inmediato quedó apresada en una cárcel intangible, pero más real que todas las demás prisiones que se hubieran construido nunca. Allí estaba ella: en lo más profundo del abismo eterno y sin alma de esos ojos sangrientos y desconocidos.

Él le extendió la mano.

¡No!, debía correr, debía escapar, tan lejos y rápido como fuera posible. Pero ya era muy tarde para intentar huir… iba hacia esa mano extendida… deseaba ir hacia esa mano extraña… como mosca en la telaraña fue atrapa…

Su piel era fría, su dominio inquebrantable… todo dejo de existir para ella, a excepción de esos ojos rojos.

William se estremeció. Sus sentidos, a máxima capacidad gracias a la sangre de Elizabeth, le provocaron un repentino escalofrío que le atravesó toda la medula junto con un presentimiento. Peligro. Miró tras de su hombro, hacia la puerta abierta, al tiempo que se abrocha una nueva y limpia camisa. Algo lo pone nervioso. Se puso un saco negro de prisa.

“Algo esta aquí, algo siniestro”. Pensamientos calmados y alertas.

Sin saber la razón de eso, algo le dijo que este nuevo ser era el mismo que esa presencia aterradora que sintió hace ya algunas semanas en Londres, recordó que esa cosa se acercaba… se acercaba. La verdad lo golpeó en una fría holeada de témpanos que le estrujaron el corazón. Aquella fuerza desconocida por fin se estaba presentando… le mostraba su verdadera identidad.

Luego, el rumor de la música.

Abrió los ojos como si fueran platos. El terror le atacó, una avalancha de hielo y agua nieve en el pecho, en el espíritu.

Salió de la habitación corriendo. No podía ser cierto. Fue hacia la recamara de Isabel. Nada. Furia repentina y descontrolada. Golpeó con resignación e ira la puerta y su puño terminó hundiéndose en la endeble madera.

Sabía lo que debía hacer, la única opción que le quedaba: Encontrar a la bestia. Mientras caminaba por la mansión no pensó en lo que se encontraría, no pensó en eso ni en nada más, ni siquiera en de dónde venía la música, sólo se limitó a seguirla, a pesar de saber de donde era.

Cuando por fin logró serenarse un poco se encontró del otro lado de la puerta que llevaba a la estancia donde el piano tocaba aquella pieza. Una balada triste y sombría, de acorde bajos, lenta y decadente, pero hermosa de una inesperada manera. Se armó de valor y entró.

Casi de inmediato supo quién era.

“Es Leviatán, el demonio de la envidia.”

Al entrar a la estancia la música se hizo más fuerte, más melodiosa, más lúgubre. Apenas si se dio cuenta de que el piano se tocaba por si solo, como si en el banquillo estuviera un fantasma virtuoso. La suave brisa de la noche se cuela por las ventanas rotas y mecen con pereza las vaporosas cortinas blancas, ortigándole a la caótica estancia una atmosfera espectral y aterradora.

Pero nada de eso le interesaba a William. No. Él sólo tenía ojos para aquellas dos figuras en medio del salón. Ambas movidas por una sola voluntad, la del vampiro. Los dos dan vueltas, giran y giran, bailan a la antigua usanza, al ritmo de aquella sombría pieza. Ambos bailan, un baile triste y cautivado.

Los elegantes movimientos de Isabel, cuyos ojos se notan extraviados, ella, perdida en algún lugar dentro de su mente obra del hechizo de un vampiro, son guiados por uno de los siete Príncipes Infernales: los vampiros más poderosos que jamás han existido, uno de los hijos de Baphomet, el Rey del Terror.

La canción, sin intérprete o compositor, llegó a su punto álgido. Pero los bailarines se detienen. El vampiro soltó a su victima y puso la mirada en William. Se apoyo en un fino y elegante bastón.

Viste una levita negra y demás ropa que William no pudo identificar que le deba a este nuevo enemigo una apariencia del siglo XVIII. Su rostro estaba enmarcado en una macabra sonrisa, poco más que una mascara que se mostraba amistosa, más en el fono esconde un ser monstruoso y escalofriante.

Esta era la primera vez que veía a un vampiro de edad tan avanzada. Su cabello oscuro, perfectamente peinado hacia atrás, veteado de mechones blancos, su cuidado bigote canoso y su rostro surcado de arrugas y líneas de expresión le dicen que al momento de ser arrastrado a las sombras por la maldición del vampirismo debió de haber tenido una edad, de por lo menos, sesenta años.

El anciano vampiro tomó con elegancia su bastón y se encaminó hacia William. Isabel sigue perdida en ese cruel hechizo vampírico.

– Mi querido muchacho, ¿William es qué te llamas? – preguntó Leviatán cordialmente, con un descaro que casi da asco, mientras que William se mantuvo en su sitio. Algo convirtió su cuerpo  en plomo y granito, siente como si sus pies hubieran sido clavados en el suelo. ¿Qué era esa extraña opresión en el pecho?, ¿miedo, tal vez?… si, era miedo, miedo hacia ese monstruo antiguo y despiadado, monstruo que ha desangrado a la humanidad por siglos.

William sólo se limitó a asentir.

– ¡Esplendido!, déjame decirte una cosa, William – prosiguió Leviatán dando vueltas en torno de William, quien se mantuvo inmóvil, con la guardia alta –, fue mucho muy difícil seguirte desde París. Debo decir que me asombró, sobre todo viniendo que eres uno de los vampiros más jóvenes que existen, muy impresionante. He tenido que recorrer medio continente para dar contigo y tu amiguita, pero ya estamos aquí y el Rey del Terror desde hace meses los esta esperando. – agregó caminando por el punto ciego de William.

Él se dio la vuelta, pero ya no estaba hay. De repente sintió como respiraban sobre su hombro y se volteo de inmediato. Leviatán apareció, sacó de su bastón una espada recta y reluciente. Se la clavó en el pecho a William, luego lo arrastró por toda la sala hasta que se toparon con una pared, en la que la espada también se incrustó, dejando a William, literalmente, entre la espada y la pared.

– Yo no intentaría hacer algo estúpido si yo fuera tú, muchacho – dijo Leviatán soltando su arma y dándole la espalda a William, quien intenta por todas la maneras posible liberarse, pero esta trabada –. Nadie sabe lo que podría pasar si te pones creativo, quizás ocurra un lamentable accidente y tu querida amiga terminaría sin una sola gota sangre en las venas… en efecto, seria lamentable.

El ritmo del piano se hace más fuerte, más acelerado. El vampiro se detiene al quedar tras la espalda de Isabel, ¿Por qué no se movía, por qué no hacia nada?, se torturaba en pensar William. Él, el demonio de la envidia, con su mano muerta y demacradas acarició un mechón del pelo castaño de Isabel, ¿Por qué no se defiende?

“¡Tengo que hacer algo, maldita sea!”. Aquel monstruo pasó su sádica y repugnante lengua por el cuello de Isabel.

– ¡Si te atreves a…!

– ¿A qué? – preguntó el Leviatán entre susurros, pero con una enorme agresividad, provocando a William a actuar – no seas así muchacho, al fin de cuentas, tú no eres el único que desea a una jovencita tan apetitosa como esta – agregó con descaro. Con una mano sostuvo con delicadeza el cuello de Isabel, al tiempo que con los dientes peñiscaba el lóbulo de su oreja. William cerró los ojos por la impotencia y el asco que le causaba aquella escena – descuida… nada más será un sorbito…

Entones Leviatán, por fin, mostró sus largos y filosos colmillos. La lúgubre música del piano, de pronto, cambió a un ritmo acelerado y raudo: el ritmo inconfundible de un corazón latiendo instantes antes de morir. De alguna forma William logró romper la espada y liberarse de ella. Fue corriendo hacia ellos, pero ya no los alcanzaría antes de que esos colmillos penetraran en la carne.

– ¡Isabel!

Muchas cosas ocurrieron después.

Una luz blanca y cegadora  bañó de improvisto el lugar. William se quedó paralizado, inmóvil, ciego por el resplandor. Leviatán chocó contra un muro cercano y el piano se quedó en un absoluto silencio, dejando luz y nada más. William se puso las manos entre los ojos y fue hacia Isabel, de ella, del amuleto en su cuello venía la luz. De a poco se fue disipando la luz y fue cuando por fin pudo distinguir a Isabel. Se estaba debatiéndose por permanecer en pie. Cuando logra tocarla, el fulgor se extingue por completo.

Ella por fin sucumbió ante su propio peso, pero hay estaba William para atraparla. El hechizo se había roto.

– William… ¿Qué paso? – preguntó ella como adormilada. Fue plantando de nuevo los pies en el suelo, recuperando sus fuerzas.

– Estas a salvo – contestó quitándole el pelo de los ojos. Él tomó el morral, que ella tenia en el hombro, y se lo colgó en los suyos.

Casi de inmediato ella se pudo mantener en pie por si sola. Entonces. Un murmullo a sus espaldas les hizo voltearse, hacia un boquete en la pared. Una risa, era una risa. Primero suave y luego se fue haciendo cada vez más fuerte. La risa era la de Leviatán, quien se levantó de entre los escombros y el riendo como un maniaco.

Carcajadas y carcajadas sin la menor mesura, mostrando todos sus dientes, como un perro antes de una peleas, como un tiburón… si, una sonrisa de tiburón. Y como los tiburones, los ojos de Leviatán no mostraban la menor emoción o sentimiento o pensamiento; estaban vacíos, vacíos como los ojos de una muñeca.

– Parece que esta gatita sabe como usar sus garras – dijo el demonio entre carcajadas. Su cabello se había alborotado y le daba un aire de locura aún mayor. Volvió a esa expresión amigable en la superficie para ocultar lo atroz y repulsivo de su interior.

William de inmediato se puso entre Leviatán e Isabel, y ella colocó sus manos sobre los hombros de él. No hacía falta decir otra cosa. Los dos vampiros se miraron directamente.

El Leviatán arremetió contra ellos.

– ¡Ahora William! – gritó Isabel cerrando los ojos y abrazando con fuerza la espalda de William. Sin chistar ambos se desvanecieron en la niebla. Pero no lo hicieron solos.

Cuando reaparecieron, William envolvió a Isabel con sus brazos, usando su propio cuerpo como escudo mientras rodaban con violencia por el oscuro corredor. Es imposible. Todavía están dentro de la mansión. William se incorpora como por reflejo y le extiende la mano a Isabel. Al caer a ella se le formaron unos pequeños raspones en  la frente y las manos, pero nada más serio que eso.

– Estas bien – se apresuró a preguntar William.

– Si – contestó ella mirando para todos lados – ¿Qué pasó?

– Mi querido muchacho, ¿no creías realmente que me dejaría engañar por el truco más viejo del libro? – dijo de improvisto el Leviatán saliendo de otra nube de niebla frente a los dos – creo que estas subestimando mis habilidades.

– Mantente atrás de mi, Isabel – susurró por lo bajo William, poniendo su cuerpo entre ella y el Leviatán. Este último sonrió.

Hubo un destello en la espalda de William. Una inmensa pared de piedra entre los dos vampiros. William se dio la vuelta y miró como Isabel se levantaba, había transmutado aquella cosa.

– ¿Vienes o qué? – espetó Isabel molesta. Tras de ellos se escuchó como una explosión. Leviatán golpeaba ese nuevo muro, se estaba agrietando.

William agarró el morral con firmeza y fue corriendo fuera de la casa, seguido de cerca por Isabel. Una enorme explosión se escuchó tras de sus hombros. Luego fuego. Se encontraron con una esquina, William patina entre los trocitos de porcelana de los floreros y vidrios rotos, pero mantiene el equilibrio y sigue corriendo.

– ¡Estamos en el segundo piso! – gritó William mirando tras de su hombro. Abrió los ojos de par en par. Lenguas de fuego los persiguen acariciando todos los muros, cuadros, tapicerías, todo lo que tocaba sucumbía a las llamas. Se dio vuelta y levantó a Isabel. Ella le envolvió el cuello con los brazos. Se giró y, cargándola, corrió por los pasillos. Siempre perseguido por el fue directo hacia una ventana.

Isabel supo enseguida lo que pretendía hacer. Apoyó la cara en el pecho de William, y este dijo tomando impulso.

– ¡Sujétate!

Él se proyectó hacia la ventana, rompiendo los marcos en el proceso. Mientras caían pudo sentir como los dedos de Isabel se aferraban al cuello de su camisa y su nariz se hundía en su torso. Aterrizó con la mayor delicadeza que pudo, cosa que no evitó que ambos rodaran por el suelo.

– ¿Estas bien? – preguntó esta vez Isabel. Ella había caído sobre William, quien a su vez cayó sobre un montón de piedras.

– Si, estoy bien… o lo estaré cuando sanen esas dos costillas rotas.

Isabel se levantó sin ningún problema y ayudó a incorporarse a William. Ambos miraron de inmediato a la gran mansión de Gabriel. Estaba incendiándose. Ninguno de los dos habló mientras contemplaron como las lenguas de fuego lo destruían todo y se alzaban hacia el cielo nocturno. Ya no habían voces ni murmullos, sólo el lenguaje del fuego.

Y así sucumbió el último rastro que quedaba sobre al existencia de Gabriel Valerius. Como si nunca hubiera existido… o al menos así lo sintió William.

– William… debemos irnos – susurró Isabel halando con cuidado de la manga de William. Él parecía hipnotizado, atrapado por el baile del fuego y la destrucción que sembraba por donde pasaba.

– Si, tienes razón – respondió él mirando por última vez la mansión antes de darse vuelta y seguir colina abajo, alejándose lo más rápidamente posible de la mansión y de los horrores que allí encontraron.

Permanecieron en silencio por varios minutos, hasta que llegaron hasta un promontorio de rocas de rió y enormes peñascos. Isabel, completamente agotada, se sentó en uno de los peñascos. Mientras que William se mantuvo de pie. Algo se le hacia muy familiar, pero la niebla lo cubría todo, haciéndolo todo nebuloso.

– ¿Ahora qué haremos? – preguntó Isabel entre jadeos. Al parecer William no le prestó la menor atención. Estaba mirando hacia todas direcciones –  ¿William, qué vamos a hacer ahora?

Pero él no le respondió.

– ¡William!, ¿Qué haremos? – exclamó ella con frustración. El vampiro corrió hacia ella y le tapó la boca con la mano.

– Mantente callada – dijo él.

Entonces la rodeo con los brazos y saltó por los aires, aterrizando diez metros más allá. Donde antes estaba ahora volaban grava y piedritas por todos lados. Allí estaba Leviatán.

– ¡Corre! – gritó William soltando a Isabel y encarando al demonio de inmediato – ¡Que corras! – volvió a gritar tras de su hombro.

Y sin más él se lanzó contra el Leviatán. Este volvió a desenfundar su espada oculta en el bastón y con ella mantuvo a raya las muchas arremetidas de William con la mayor de las facilidades. Pero de improvisto, en un error milimétrico en la defensa de Leviatán, William le logró propinar un buen golpe. Lo agarró por su anacronía levita y lo lanzó a lo lejos. Después se perdió su silueta entre la niebla y hubo un chapoteo.

– ¡Te dije que corrieras! – grito otra vez William haciéndole un ademán a Isabel para que se fuera.

Entonces la tierra tembló. Un terremoto diminuto. Como por arte de magia toda la niebla se disipo dejando entre ver el lago. Están en las orillas de un lago. El agua se convirtió en una torre de agua y espuma de la que salieron… los enormes tentáculos grises atraparon a William antes que de pudiera hacer nada para evitarlo. Se enredaron en él y lo hundieron en las profundidades turbias del lago.

– ¡William! – gritó Isabel corriendo hacia la orilla.

Un repentino dolor en la nuca le hizo gritar. Trastabillo, pero en vez de caer se lazó un par de centímetros más. Alguien la sujetaba por los cabellos. Se puso las manos en las sienes y entreabrió los ojos. Allí estaba ella, una mujer de cabello rojo como el fuego, pálida y con una expresión de completa locura. Ojos rojos, ojos llenos de odio. Estaba bajo la completa merced de esa vampira.

– Tienes suerte que te quieran con vida – dijo Elizabeth mirando con satisfacción el dolor de Isabel –, pero creo que me tomaré un bocadillo.

Sin vacilar le hundió los colmillos en la garganta. El dolor fue intenso e instantáneo. Intento gritar a todo pulmón, pero sólo logró lanzar un sonido gutural y ahogado. La vida se le escapaba por la herida… el frió se extendió desde sus extremidades hasta su pecho… sólo quedaba frió, frió y nada más.

Era todo lo que quedaba de ella: frió, el frió de la muerte.

Notas: En primer lugar quiero decir, o más bien preguntarles. ¿Qué les parece mi tabla de lucra?, en lo personal yo esperaba ser más obsesivo o histriónico, pero la prueba dice que los resultados que se obtienen de un menor de edad no eran tan exacto. Por lo que tengo un par de meses para que suban… SI!!!!

He recuperado mi habito de escribir capítulos de 3000 palabras o más, bien.

El lago que mencionó es el mismo lago que aparece en Claro de Luna.

Según la demonología, Leviatán es uno de los 7 príncipes infernales, uno de los hijos de Satanás y la segunda escala más poderosa de los demonios. Cada uno de los príncipes infernales es el símbolo de cada uno de los pecados capitales, en el caso de Leviatán es la Envidia. Los demás príncipes infernales, junto con el pecado que representan serian:

Lujuria: Asmodeo

Gula: Beelzebú

Avaricia: Mammon

Pereza: Belfegor

Ira: Amón

Envidia: Leviatán

Soberbia: Lucifer

Ahora sólo quedan 6 capítulos. Lo que me recuerda decirles que, si mis funciones corporales no son afectadas de forma negativa parcial o totalmente, el capítulo final será publicado el 15 de Agosto. Fecha que, por una coincidencia astronómica, será el día de mi cumpleaños 18. Ese será el regalo de mí para mí.

¿Cuál será el suyo?, espero que sean muchos comentarios a partir de ahora.

Creo que eso es todo… para los que deseen una dedicatoria, mensaje o cualquier otra cosa pueden dejarme un comentario, contactarme en Twitter o en Facebook… eso si es todo.

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