Capítulo XXXVI: El Legado y el Portal

Posted on 14 May, 2010

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“El Hombre no puede recibir nada sin dar a cambio, no puede crear sin sacrificar otra cosa de igual valor. Ese es el fundamento de la Alquimia: el Principio de Intercambio de Equivalencias. Y, a su vez, de la vida”

William deja pasar a Isabel con suma caballerosidad antes de entrar él en la habitación extraña donde lo espera el tío de Nicolas, se despidió con la mano del aprendiz de Alquimista, además que este repite casi por completo distraído en su próximo experimente de transmutación.

El vampiro cerro la tras de si. Se encontró dentro de una bella biblioteca-estudio. Con las paredes forradas con amplios libreros de madera repletos de innumerables tomos, libros de temas tan diversos y complejos como ramas tiene todas las ciencias y artes creadas y que se crearan… solo calcular el conocimiento almacenado en esos libros es algo imposible. El espacio que queda en medio de la sala lo ocupan una serie de tres largas mesas sobre la que descansan varios papeles sueltos, artefactos de cristal y brillante cobre y sustancias que no aceptan otro adjetivo que extrañas.

– Oye, William – dice Isabel en susurros, hay un hombre de espalas a ellos, como de un metro ochenta de alto y mirando, casi absorto, buscando entre los libros de la última sección del librero al fondo de la habitación.

William, apenas atendiendo a lo que ella decía le interrumpe para espetar, como si hablara con alguien a cien metros de distancia en vez de a una persona a poco más de diez metros de ellos:

-¡Oye Ed, espero que no te moleste mi visita!, ¿o si?

– Tú nunca molestas William, o al menos solo cuando hablas… por desgracia siempre estas hablando – le responde el hombre llamado Ed, el tío de Nicolas como si nada y saludando con la mano aun sin darles la cara –, solo necesito un libro y te atiendo.

– Disculpa… ¿Qué decías Isabel? – pregunta el vampiro con cortesía reparando en la joven.

– ¿Qué?, ah, si… – murmura ella al tiempo que ordena sus pensamientos antes de agregar – ¿Por qué Nick me advirtió que no hablara sobre la estatura de su tío?

Como si Ed hubiera adivinado el pensamiento de Isabel este se encoje algo así como veinte centímetro de un solo golpe. Estaba sobre un banquito, invisible a la vista de ambos, gracias a que las mesas están entre Ed y ellos.

– ¿Eso responde a tu pregunta?

– Si… en verdad que es bajito – espeta Isabel de forma involuntaria.

Enseguida y como disparado por un cañón Ed se proyectó hacia donde están William e Isabel con la cara por completo descoyuntada y con las venas de la frente a punto de estallarle… enserio que eso no me lo esperaba, pensó Isabel a tener más de cerca al hombre que no le llega al nivel de la nariz.

– ¿¡A quien le dicen tan enano como para aplastarlo por accidente!? – pregunta a gritos el hombrecillo, completamente exaltado por decir lo menos.

– Bueno… yo… – espeta Isabel sin saber ni que hacer ni que decir, solo tiene dos opciones: Asustarse o reír como una loca. Eso no fue lo que dije, pensó Isabel con un embrollo en el cerebro, buscando al forma de salir de este extraño problema.

– Se lo digo al enano que tengo al frente – le interrumpe el vampiro sin cambiar en nada su expresión despreocupada.

– ¡Arrepiéntete sanguijuela con esteroides! – grita Ed echando chispas de la rabia, en un sentido casi literal sin repara en la presencia de Isabel, quien hace una mueca parecida a una sonrisa al no tener idea de que hacer.

– ¡Oblígame, brujo en miniatura! – agrega a su vez William perdiendo por completo los estribos. Que infantil, piensa Isabel con un ligero tic que hace parece que estuviera riendo… cuando de verdad se siente muy incomoda, pero de no estar presente y si alguien le contara este ridículo despliegue seguramente se reiría como una desquiciada.

Y así continuaron por más o menos en la misma tónica por cerca de cinco minutos aquella discusión más parecida a una riña entre niños que de adultos. Hasta que Isabel, rechinando los dientes por la frustración decide que ya ha sido demasiado. Irradiando un aura maternal ella se pone entre ellos, separándolos y haciendo a la vez que se callen.

– ¡Háganme el favor y cállense! – grita sonando, sin exagerar en lo más mínimo, como una madre reprochando a sus hijos mal portados.

– Si, bueno, eh… perdón por tener que ver eso – se disculpa William peinándose con los dedos, que se le desarreglaron en medio de la riña, en su ya típico corte hacia atrás para luego arreglarse el saco negro que lleva – me deje llevar.

– ¿Y tu eres…? – interroga de improvisto Ed mirando con curiosidad a Isabel.

– Ah, lo siento, mi nombre es Isabel Mendoza – agrega ella extendiendo la mano todavía algo incomoda por toda la situación en que se encuentra.

– Con que tu eres la famosa Isabel – dice Ed estrechando la mano de Isabel, las dos manos del hombre llevan puestos guantes blancos – soy Edward Elrik.

– ¡Dios, tu mano esta fría! – agrega de repente Isabel soltando la mano de Edward con un leve escalofrío que le recorre la espina.

– Si, me lo han dicho antes – confiesa Edward sin más y regresando a su tarea anterior de buscar entre los libreros algo en especial que aun le elude – pero cuéntame, mi querida muchacha, ¿acaso son ciertas aquellas historias algo turbias que se cuentan por aquí y por allá acerca de tu persona?

– Todo depende de lo que digan esas historias. – contesta Isabel sonando  astuta para un Edward que no lo veía puesto que indagaba entre los miles de tomos que posee.

– Lo que he oído es que salvaste el vampiro trasero del compañero William aquí presente de la mordida de los lobos – espeta Ed volviendo a sacar de sus casillas al vampiro.

– ¡Esa es una infamia! – exclama William con dramatismo.

– El punto es que si te salvó – agrega Ed sin mirar al vampiro ni prestándole mucha atención a sus palabras, solo tiene ojos para sus libros, no ha encontrado lo que busca, pero sigue buscando. Isabel, ahora algo más calma puede apreciar bien las características de Edward.

El alquimista debe estar en sus treinta o empezando los cuarenta años, lleva una especie de tunica roja sangre, guantes blancos y el resto de su ropa – camisa, pantalones y zapatos – son negros. Su cabello es color paja y peinado en una trenza que le llega por los hombros, lo único que aun le resulta desconocido a la joven es el color de sus ojos, al estar de espaladas a ella no puede saber sobre sus ojos o el resto de sus ojos.

– Si, tienes razón… pero solo porque ella encontró una inesperada debilidad, antes desconocida, de los lobos – se excusa William, aunque intente ocultarlo Isabel sabe que algo sobre este tema le molesta he incomoda, ¿pero qué?, se pregunta la joven.

– Y ¿Cuál será esa debilidad que tu raza no ha descubierto en los últimos 2500 años y que una simple humana encuentra por pura suerte? – pregunta Edward con marcado escepticismo y sutil sarcasmo, aun mirando entre los libreros. Ya Isabel había olvidado aquel milagroso escape de Vittorio y su jauría, toda gracias a la ayuda de la…

– Rosa Silvestre – contesta William cortando con el pensamiento de la joven y percatando por completo la atención de Edward que se voltea con expresión calmada pero incrédula – al parecer los licántropos también son vulnerables a la rosa silvestre, los repele casi tanto como a los vampiros.

La biblioteca se queda en un silencio pesado y reflexivo mientras que Edward asimila mejor lo que William le acaba de informar. Sin mostrar ninguna emoción en absoluto posa los ojos fugazmente en Isabel y luego en William. La joven pudo sentir en ese breve instante en que el alquimista la miró como la escrutaba, casi como ser traspasado por rayos x.

– Curioso, muy curioso – suelta Edward por fin – espero no deber el milagro de su visita y la interrupción de una investigación muy importante que estoy haciendo solo a la nueva debilidad de los licántropos, si es así debo advertirles que me tomaron por sorpresa en esta ocasión. No se nada al respecto.

– Eso fue solo un tema que salio a la luz de forma inesperada.

– ¿Entonces cuál es la causa de su visita, William?

– Esta – responde Isabel sin vacilar. Le muestra al nivel de su pecho la carta “EL PORTAL” a Edward que se vuelve hacia sus libros sin mostrarse sorprendido o siquiera interesado en ese pedazo de cartón añejo.

– Por favor William, regresa con Nicolas mientras Isabel y yo arreglamos este asunto – espeta Edward calmadamente.

– ¡Ni lo pienses Ed, yo le metí en este problema y pienso descubrir como sacarla! – exclama William irritado y elevando el tono de su voz.

– ¡Por favor, William! – exige Edward por lo bajo y sonando con gran autoridad. Cosa que termino de convencer al vampiro que salio de la habitación de muy mal humor, sin dirigirle la palabra a Isabel y azotando al puerta a su paso.

Cuando estuvieron solos y sin dirigirle la mirada a Isabel, por lo absorto que lo tiene la búsqueda entre sus muchos libros, Edward le pregunta:

– ¿Acaso sabes la razón por la cual William resiste mejor que la mayoría de los vampiros la luz del sol?

La pregunta en si misma la dejo por completo fuera de base. Isabel se quedó pensando por varios segundos la respuesta, que gracias a la entrevista que tuvo con el cuando se conocieron sabe. Tardo más en decidir si contárselo a Edward que estructurar la respuesta en si.

– Porque William lleva poco tiempo de ser transformado. Con el tiempo el sol no solo le quitara sus poderes, si no que también lo podría matar.

Mientras ella formulaba su respuesta Edward, que ni la mira solo deambula de un lado a otro la habitación, siempre siguiendo las paredes llenas por un interminable número de tomos. En cada lugar que se detiene para sacar un libro por vez haciendo una pequeña pila de libros que lleva consigo, pero al parecer aún no encuentra, mas eso no le evita a al hora de seguir buscando.

– ¿Eso es lo que él te dijo o lo dedujiste por ti misma? – le cuestiona el alquimista tomando un pequeño librillo te tapa dura y azul y colocándolo sobre la pila que ya tiene, mira tras de su hombre y en menos de lo que dura un parpadeo él ya ha escrutado hasta el más insignificante detalle de la impresión que le causó a Isabel aquella pregunta.

– El me lo contó, me lo contó todo, el día después que nos conocimos – arguye la joven sintiéndose orgullosa de la confianza que en ella deposito William para con los más oscuros secretos, no solo de él, si no también los de toda su raza.

– Entonces dile cuando salgas de aquí que deje de mentirte – enuncia Edward sonando muy serio y dándole la cara por fin a Isabel. Es un hombre de paciencia juvenil y de intensos ojos castaño claro, casi tan brillantes como el sol. Él camina hacia las mesas dispuestas en el centro del cuarto y con un fuerte y estrepitoso golpe deja caer los libros en ella.

– ¿A qué te refieres con “mentirme”? – cuestiona Isabel sin comprender bien los que significa todo esto.

– ¿Acaso no te parece curioso que todas las culturas del mundo hablen que los vampiros no puedan salir a la luz del sol y ahora conoces a uno que si puede? – pregunta Edward sin buscar respuesta alguna – todo es muy simple la verdad: Todo vampiro muere al permanecer más de 60 segundos expuesto a la luz del sol, o, en su defecto a los rayos ultravioletas… a decir verdad, todo menos Gabriel.

– ¿Gabriel?

– Si, Gabriel y al parecer, tuvo la delicadeza de dejar el secreto de esa capacidad en manos de William en vez de llevárselo a la tumba – continua su exposición Edward mirando con detenimiento las portadas de cada uno de los libros que sacó de sus estantes – por alguna razón que desconozco ello solo pierden sus poderes. Llevó cuatro años buscando ese no sé que, algo ha hecho a Gabriel inmune a la luz y ese secreto pasó a William, ¿Cómo?

– ¿Él lo sabe…?

– ¿Qué si lo sabe? – responde el alquimista sonando incrédulo – a la semana de morir Gabriel, completamente desquiciado, William llegó a esta misma tienda en mediodía y con los ojos de regreso a su color original… como comprenderás tanto Nick como yo nos quedamos estupefactos… ahora que lo recuerdo fue Gabriel quien nos pidió quedáramos hasta final de mes en Londres unos días antes de matarse, francamente no sé para que si planeaba suicidarse.

No puede ser cierto, se repite una y otra vez Isabel perdida en la inmensidad de su mente, sin prestar la menor atención a lo que decía Edward para este punto… tiene que ser mentira, él esta mintiendo, ¿Por qué miente?, dice en su cerebro la joven. Por más que, desde hace un par de semanas para acá, sus dudas sobre William a ella nunca se le habría siquiera pasado por la cabeza alguna vez que él le hubiera o le estuviera todavía mintiendo… no puede ser…

– ¡Piensa rápido! – le saca de repente de sus pensamiento la imagen de un libro, acercándose con mucha velocidad a su nariz. Por poco y no lo atrapa, pero el punto es que ella lo hizo.

– ¡Deja de ser tan inmaduro! – protesta Isabel tomando el librito con ambas manos, furiosa, y con razón de estarlo.

– Lo lamento de verdad, pero enserio que vas a necesitar ese libro – se disculpo Edward desenfadadamente.

– “Introducción a las Artes Secretas” – lee en voz alta Isabel la portada del sobrio de tapa azul y escrito con hojas de oro y relieve – ¿para que puede servirme este libro?

– Para aprender a utilizar esta cosita – responde Edward mostrando el relicario con sangre de grifo… de inmediato la joven revisa su cuello y escote, donde la tenia puesta desde hace días, ya no esta.

– ¿Cómo hiciste eso?

– Creo que te puedo dar un pequeño prologo – murmura Edward buscando entre los tomos, apenas reparando en Isabel – la magia, tal cual todo tenemos un concepto, por más vago que este sea se basa en tres pilares fundamentales conjuración o la Hechicería, la transmutación o Alquimia y la Ilusión, cuya arte es el Ilusionismo o la magia que vez en Las Vegas.

>> Cada una utiliza la manipulación del aura de forma diferente y con distintos objetivos: La Hechicería es una forma de magia más unida a la naturaleza, la alquimia es la ciencia de la magia y la magia de la ciencia… por su parte el Ilusionismo es más arte y entretenimiento que una forma de magia autentica.

>> Las tres formas de la magia también se basan en principios distintos, todo relacionado con la forma en que se usa el aura para potenciarla: la hechicería tiene la canalización del aura, la alquimia la ley del intercambio equivalente y el ilusionismo lo que me gusta llamar el gran truco… pero no te aburriré con los detalles que de todas formas aprenderás al abrir el libro.

Y en un pestañeo el amuleto de grifo volvió a desaparecer y reaparecer en el cuello de Isabel.

– Increíble, ¿si leo esto podré aprender a hacer cosas como esas?

– Claro, pero tendrás que practicar mucho y tener una pizca de talento.

– Ahora que lo recuerdo, creo que Nicolas menciono esa ley del intercambio… bueno eso que acabas de decir – suelta Isabel mirando, aún asombrada, por el despliegue de magia – ¿de qué se trata?

– En realidad en muy simple – contesta Edward –:“El Hombre no puede recibir nada sin dar algo a cambio, no puede crear nada sin sacrificar otra cosa de igual valor. Ese es el fundamento de la Alquimia: Principio del Intercambio de Equivalencias. Y, a su vez, de la vida.”

>>… Pero estoy divagando… si quieres saber sobre la carta necesitare la copia del Enciclopedia de lo Arcano que robaron tú y William, y por suerte aquí la tengo.

En esta ocasión Isabel no se sorprendió tanto al ver como el alquimista saca de entre su tunica el libro que tanto esfuerzo le consto a ella y al vampiro en esa misteriosa biblioteca de Ruan. Edward lo abre y comienza a leer en voz alta, luego de buscar donde comienza la narración.

– Para comenzar debes saber que esa es una carta del Tarot – comienza Edward refiriéndose a razón de estar Isabel aquí – las cartas del tarot no es otra cosa que un grupo de cartas común y corriente a las que se le agregaron un grupo de 22 cartas que llamaron Arcanos Mayores o, traducido, Secretos Mayores. Se cuentan del cero al veintidós, siempre en números romanos… ósea que solo era un juego de cartas como cualquier otro, ni más ni menos.

>> Pero eso era hasta que apareció un francés llamado: Jean-Baptiste Alliette.

– Nunca había escuchado hablar de él.

– Casi nadie conoce ese nombre – asevera Edward quitando por un instante la mirada del libro para mirar a Isabel, cuyo corazón late aceleradamente – todos, tanto en su época como ahora, le conocen como Etteilla.

>> Todos piensan que el descifró un manuscrito egipcio muy antiguo, pero la verdad es que fue poseído por un demonio por trece años, tiempo en el cuela creo el Tarot tal cual se le conoce, pero con una variante muy especial: la creación de una carta XXIII, Le Portail.

– ¿Para que hacer algo así?

– Porque esta carta, si es correcto lo que dicen los rumores y junto con los otros veintidós Secretos Mayores pueden abrir una puerta al abismo eterno… el último objetivo del Rey del Terror y sus vampiros… traer a la tierra la fuente de todo mal: el Señor del Abismo, el mismísimo demonio. Este es el legado de Etteilla y el portal de las sombras más oscuras hacia nuestro mundo… curioso que el Apocalipsis este encerrado en algo tan pequeño.

Por primera vez desde hace mucho tiempo Isabel siente un terrible resquemor, un terror infinito. Si ese es el destino que le espera a la humanidad ella no puede permitir que llegue ese día, cuando el portal se abra y el legado de los malditos plague la tierra de tormentos como nunca antes vistos.

NOTAS: En esta ocasión no creo que haya mucho que decir… solo hay dos acotaciones que se me ocurren:

La primera es que el Edward del que se habla en este capítulo nunca, jamás, ni en otro universo paralelo tendra algo… ni la más minima cosa que ver con el Edward de otro libro que no mencionare por que el solo pensar en esa serie hace que se me corroan las entrañas-

Y la segunda cosa que hay que decir respecto a este capi es que el personaje de Etteilla, como el de Nicolas Flamel de Harry Potter, es un hombre que si existió y que ahora uso para mis funestos propósitos…

Hablando de otro tema quisiera perderles el favor que, a todos los que son partes del grupo de Facebook que sugieran esta a todos sus amigos.

Toda recomendación, y hasta reclamo, es aceptado y discutido con todo aprecio… hasta una próxima entrega…

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